Mientras los flashes estaban posados sobre los rostros de los brasileños que integraban el equipo de Copa Davis, una singular historia surgía en las periferias del conjunto sudamericano que visitó a la Argentina, en Tecnópolis. Un relato que eriza la piel. De esos que cuesta creer. Fabiano De Paula, uno de los sparrings verdeamerelos, es el tenista que salió de la Rocinha, la favela más grande de Brasil. En un contexto sumamente adverso, el espíritu de superación resume la vida de un jugador que refuta el elitismo en el tenis.
El comienzo de Fabiano de Paula fue opuesto al del tenista corriente, si es que este concepto existe. Lejos de un barrio paquete y aún más lejos de ser integrante de una familia aristocrática, Fabiano salió de una favela, o una villa, como la llamamos a nivel local. Su barrio no era residencial ni contaba con anchas veredas y prolijos bulevares. Su barrio tenía pasillos, casas amontonadas en un morro y mucho ladrillo sin revoque. “Todavía no salí. Vivo ahí con mi familia”, le dice De Paula a EfectoTenis y le da comienzo a una interesante charla.
A los once años, una amiga de su madre, que trabajaba en el Hotel Intercontinental, propuso que Fabiano fuese recogepelotas en las canchas de tenis del parador turístico. A partir de allí, comenzaría su pedregoso camino. “Lo mío es un poco diferente porque el tenis es conocido por las personas que tienen plata. A los quince jugué juveniles y a los dieciocho tuve que parar. Estuve sin jugar durante tres años: uno en el ejército de Brasil y otros dos dando clases para ganar plata. Volví a entrenar a los 21, cuando jugué Futures. Ahí estuve dos, tres años hasta que me lesioné y retorné el año pasado”, relata el carioca de 26 años, quien hace un breve recorrido de su carrera, plagada de parates e inconvenientes.
En contraste con la mayoría de los jóvenes, De Paula eligió el tenis. En las favelas, podríamos aseverar sin tener el dato de una irrefutable estadística, que el noventa por ciento de los chicos juegan al fútbol. De Paula no optó por aquel popular deporte. El tenis apareció en su vida como una oportunidad laboral. “Conocí el tenis cuando comencé a trabajar. Obvio que quería ser un jugador de fútbol, jugar en el Maracaná lleno, pero tuve que escoger. Seguía soñando o iba a la realidad”, comenta con contundencia De Paula, 210 del ranking ATP, que comenzó a jugar en la misma época en la cual Guga Kuerten despuntaba como ídolo nacional.
Para De Paula nada fue un impedimento. Sortear obstáculos y escollos fue su especialidad. “Las ganas de ser mejor cada día, de darle una mejor condición a mi familia, a mi mamá, a mi papá, que siempre lucharon mucho para hacer las cosas para mi hermana y para mí. Siempre pienso eso, dar lo mejor para que ellos tengan lo mejor. Sé que la carrera es muy corta y a veces es engañoso. Algunos momentos que vivo hay mucha plata, mucha cosa costosa, pero vuelvo y es diferente. Tengo los pies en el suelo sabiendo que no siempre puedo vivir de este lado”, le aclara De Paula a EfectoTenis.
“Todos tenemos chances”, sería la frase indicada para definir la filosofía de vida del brasileño. Una oración que resume su pensamiento. A pesar del desfavorable contexto social que le tocó, las posibilidades están. Él es un claro ejemplo. “Intento ser mejor cada día para que no solo digan que salí de la Rocinha, sino para que los demás vean que hay chances, que miren hacia adelante”. Y completa: “Van a salir muchos jugadores, pero para nosotros es más importante que salgan personas de bien. Que no entren en el camino contrario. Que quieran lo mejor para las otras personas, que tengan buena educación y que miren a un buen futuro”, manifiesta el tenista que hace unas semanas fue homenajeado en la Rocinha. El gobierno de Río de Janeiro construyó una cancha de tenis en la favela que fue nombrada “Escuelita de tenis Fabiano De Paula”.
En sus comienzos, dos empresarios quienes lo conocían de pequeño, lo ayudaron a financiar su carrera. Ahora, lo apoya Estácio de Sá -universidad donde también estudia mercadotecnia-, la Confederación Brasileña de Tenis y entrena en Tennis Route, academia de Río de Janeiro, donde João Zwetsch, capitán de Copa Davis, es uno de los coach. Fabiano, durante la semana, vive en un hotel que le brinda la academia, mientras que los fines de semana vuelve a su casa, en la Rocinha.
De Paula dando el discurso en la cena oficial de Copa Davis.
Además de esos patrocinios están los premios que consigue en el circuito. Ese ingreso De Paula lo invierte en él, para luego poder cumplir el objetivo de su vida: tener una casa fuera de la favela. “El dinero que gano intento usarlo para viajar, tener un entrenador cerca, buena comida. Después, en otras cosas trato de economizar para poder comprar una casa para mis padres y para mis hijos. Lo máximo es eso. Hacer lo mejor para darle una mayor tranquilidad a mi familia. Una vida diferente a la que tuve: de sufrimiento, de estar siempre ahí luchando, luchando, luchando, sin tener muchas cosas. Siempre muy justo con la plata. Tener que pagar las cosas y no tener nada a fin de mes. Intento hacer lo mejor para darles una mejor vida ellos”, señala Fabiano que lucha por su sueño.
LAS COMPLICACIONES PROPIAS DE LA FAVELA
“Lo más difícil era subir con el bolso porque la policía siempre tenía que hacer lo mismo, ellos miraban qué tenía adentro. Por ejemplo, los traficantes llevaban armas. Como los raqueteros son un poco grandes podían creer que fuese un traficante. Entonces intentaba ir sin el bolso, solo con las raquetas en la mano. A la noche no subía con ellas para que no me confundiesen con un traficante”, dice con total naturalidad el brasileño, quien admite que no había un preconcepto sobre su condición de jugador de tenis.
La ropa de marca, la heladera plagada de comida, los ostentosos dispositivos electrónicos no eran cosas que formaban parte del inventario de los De Paula. Sin embargo, algo que abundó en la familia fueron los valores y la dignidad. Conceptos claros que lo ayudaron a apartarlo de los oscuros caminos. Elecciones de vida donde muchos de sus amigos de la infancia terminaron muertos. “Nunca pensé en ir a las drogas ni nada de eso porque mis padres me dejaron en claro cuál era el final del camino. Si te vas por acá, vas preso o terminás muerto. Tuve muchos amigos del fútbol, de cuando era chico, que entraron ahí y la mayoría están muertos. Es una lástima. Es muy tentador porque todo es más fácil. Mujeres, plata, alcohol. Para nosotros, que estamos ahí, que no tenemos muchas chances, es un poco tentador. Creo que es mejor un poco menos de plata pero más dignidad y seguridad”.